Aunque parezca lo contrario, los seres vivos que nos reproducimos sexualmente (la mayoría) no lo hacemos por vocación. La reproducción sexual es una herramienta que la evolución puso a nuestra disposición para garantizar que sobreviviéramos.Aparearse no es tarea fácil, en términos ecológicos consume mucha más energía, expone a muchos más riesgos, exige en algunos casos la lucha inclemente entre machos, transmite enfermedades…. Nada que ver con la aséptica, barata y segura reproducción por autoclonación. Pero la inmensa mayoría de las especies optan por lo primero. La razón es, sobre todo, genética. La mezcla de ADN de un padre y una madre, aleatoria e inevitable, garantiza una gran variedad de hijos. La diversidad genética de cada especie es un seguro de vida. Si todos los seres humanos fuéramos clones idénticos de un mismo ser original, un simple virus habría aprendido a matarnos en masa hace millones de años. Cuanto más variada genéticamente es una especie, más difícil se lo pone a los enemigos.

Los seres humanos (como todos los animales de reproducción sexual) somos una gloriosa mezcla de dos ADN… hasta ahora.

La autorización en el Reino Unido para que se realicen las primeras inseminaciones de embriones con genes de tres padres viene a pervertir este orden milenario. La técnica consiste en la extracción del núcleo de una célula sexual de un mujer (Madre 1) para insertarlo en el lugar del núcleo de una célula sexual de otra mujer (Madre 2) e inseminar el resultado con semen de un hombre (Padre). El resultado es un embrión con ADN procedente de tres progenitores

En realidad los tres no otorgan sus genes por igual. La técnica se ha inventado para evitar defectos congénitos asociados a daños en la mitocondria de las células de la madre. La mitocondria es la central energética de las células. Sólo un 0,50 por 100 del ADN que recibimos de nuestra madre procede de ella. Pero en ocasiones esa pequeña fracción está alterada y transmite graves e incurables enfermedades congénitas a la prole. Lo que se pretende ahora es que la mujer a la que se detecta esos daños (Madre 1) pueda insertar su ADN en una mitocondria donada de una mujer sana (Madre 2) y procrear.

La ciencia nos fascina por estas cosas. En ocasiones, demasiado. Porque el entusiasmo generalizado ante noticias como esta suele velar algunas complicaciones técnicas y éticas que deberían hacernos reflexionar.

Son muchos los técnicos que han alertado de que aún sabemos muy poco del comportamiento de los genes(sobre todo de los que componen el ADN mitocondrial). Hace menos de 60 años ni siquiera sabíamos de qué moléculas se componía el ADN. Hace 10 años no habíamos descubierto todos los genes del ser humano… y ahora nos atrevemos a combinar ADN de tres individuos. Algunas voces críticas alertan de que vamos demasiado deprisa.

Hay que tener en cuenta que la decisión no afecta solo a la primera generación de niños nacidos de la técnica (la beneficiada directa al librarse de los daños genéticos), sino al resto de la estirpe (hijos, nietos…), que ya nacerá con una carga genética diferente. En realidad, no solo se está curando a un individuo, se está creando una nueva estirpe de individuos y, aunque la diferencia genética es mínima, no son pocos los expertos (entre ellos el responsable de terapias tisulares de la FDA) que han reconocido no poder garantizar que la técnica sea segura.
Esta columna fue publicada originalmente en libertad.org junio de 2016. Reproducida en USA Hispanic con autorización explícita de dicha fuente

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