El ciego entusiasta

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REFLEXIONES SOBRE EL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (10,46-52) Domingo 26/10/2015:

Dicen que los cuentos son relatos para dormir a los niños y para despertar a los mayores. El relato del Evangelio de hoy no es exactamente un cuento, pero no cabe duda de que nos va a ayudar a despertarnos y a abrir bien nuestros ojos.

Para definir bien qué significaba ser ciego en tiempo de Jesús tenemos que tener en cuenta, por un lado, que la ceguera era considerada como un castigo divino. Había una relación fortísima entre el pecado y el castigo en forma de enfermedad. (Ex 4, 11; Jn 9,2; Hch 13, 11)

Abro aquí un pequeño paréntesis. Durante la homilía de esta mañana preguntaba a los niños que estaban por aquí si a estas alturas del curso se habían constipado. Y a los que me decían que sí, les preguntaba quién había pecado para que eso sucediera: o ellos o sus padres. Las caras lo decían todo: no entendían la relación entre ambas cosas. Y así es. Pero quería comentarles que a pesar de que a todos nos ha parecido una barbaridad esta relación que se hacía en tiempos de Jesús nosotros no estamos en algunas ocasiones muy distantes de ese pensamiento. De hecho, cuando se presenta alguna etapa complicada en nuestra vida, como la pérdida de alguien que queremos o una enfermedad difícil solemos decirnos: “¿por qué, Señor, me mandas esto?”. Es más: nuestras grandes crisis de fe se nos presentan cuando culpamos a Dios ante acontecimientos que nada tienen que ver con él. Sería interesante un acercamiento a las teorías de Renè Girard sobre el chivo expiatorio.

Por otro lado los ciegos se veían obligados a mendigar para subsistir. Por tanto, el ciego Bartimeo, no sólo por ser ciego tenía una gran dificultad en su vida, sino que además tenía que soportar la exclusión y la carga psicológica por ser considerado y señalado como un pecador y un indeseable.

Si quisiéramos buscar un lugar común entre nosotros y el ciego no nos sería muy difícil. Muchos de nuestros hijos, ya desde el colegio, son señalados simplemente porque sus aficiones no son las más comunes, porque les han puesto gafas o la ortodoncia, o porque el líder del grupo en cuestión le cae más o menos simpático. Y entre los que somos más mayores también nos es muy normal relacionarnos entre nosotros atendiendo más a la etiqueta que colocamos sobre los otros, negando de algún modo la posibilidad de conocernos un poco más a fondo. Abandonar el espacio que nos cedieron en el patio del colegio o el papel que hemos tenido que interpretar en nuestra vida atendiendo a la etiqueta impuesta se convierte en una tarea complicada.

En este momento aparece Jesús y hace posible que el ciego Bartimeo descubra dos cosas que quizá puedan sernos muy útiles para nuestro recorrido interior: la esperanza y el entusiasmo.

Esperanza es aquello que uno quisiera que fuera. Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver”. El ciego quería salir de aquella situación de oscuridad. Quería aprender a ver. Es el mismo ciego quien toma la iniciativa. Y de este modo nos interroga a nosotros sobre nuestras pretensiones. ¿Te conformas con la vida que llevas o que han hecho llevar? ¿Tienes otras inquietudes? ¿Quieres salir de esa situación incómoda en la que te encuentras?

Entusiasmo es la exaltación del ánimo por algo que causa interés, admiración o placer. Es aquello que uno trabaja para que sea. “Jesús le dijo: anda, tu fe te ha curado”. Saber que se puede ancló la esperanza en el corazón del ciego y lo llenó de entusiasmo, de ánimo.

Para los griegos, el entusiasmo era el despertar del dios que tenemos dentro, de todo ese potencial que nos empuja y que en clave teológica podemos llamar Espíritu Santo. Cuando le damos rienda suelta nos suena como una música, porque el corazón late a un ritmo especial.

Y es entonces cuando comenzamos a ver.

En una de las catequesis hicimos el siguiente ejercicio para que aprendiésemos a ver si nuestra vida es de calidad o simplemente vivimos con el piloto automático conectado. Durante una semana íbamos a apuntar en una libretita las horas y los minutos que vivíamos de verdad. Si el viernes por la tarde me reunías con la familia para ver una peli con palomitas y un buen refresco podía apuntar 1h. y 35 minutos. Si comentaba con una amiga el libro que nos había enganchado la semana pasada también podía apuntar 25 minutos. Y así con todas las actividades. Os animo a hacerlo durante varias semanas. Piensa que puedes cambiar muchas cosas de tu rutina y entusiásmate con lo que ya llevas tiempo pensando en hacer. De ese modo podemos darnos cuenta de cuánto tiempo de calidad disfrutamos en nuestra vida.

Seamos como el ciego entusiasta y empecemos a ver en nuestras vidas Esperanza y Entusiasmo.

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