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Nueva York, 11 feb (EFE).- Ha muerto a los 85 años y solo sus primeros cinco años de vida fueron en el anonimato. Shirley Temple, la primera gran niña prodigio de Hollywood, vio rota su infancia a los seis cuando fue a ver a Papá Noel a unos grandes almacenes y éste le pidió un autógrafo.

Pero tras alegrar a todo un país durante la Gran Depresión, lucho con el mismo ahínco en su edad adulta en una dilatada carrera diplomática.

“Siempre me consideré en la misma categoría que Rin Tin Tin. La gente en la Gran Depresión necesitaba algo con lo que alegrarse y se enamoraron de un perro y de una niña pequeña”, diría años después con ironía.

Algunas actrices nacidas en 1934, como Shirley McLaine o Shirley Jones, reconocerían más tarde que sus madres las llamaron así en plena “fiebre Temple”.

Su inmenso carisma, su encantadora vis cómica, su prodigiosa habilidad para el claqué, sus 56 tirabuzones atusados uno a uno por su madre y títulos como “Bright eyes” (1934), “The little colonel” (1935) o “Rebeca, of sunnybrook farm” (1938) cimentaron un estrellato que le hizo ganar un Óscar en miniatura en 1935.

Hasta se inventó un cóctel con su nombre (una mezcla de Ginger Ale con naranja y granadina rematado por una guinda al marrasquino y un poco de limón).

Era el agradecimiento de una industria que encontró en ella la gallina de los huevos de oro, pero que nunca se molestó en preservar su inocencia.

Los grandes estudios de Hollywood, en la época más férrea de su reinado (Joan Crawford hasta tenía que dar cuenta de las fechas de su menstruación) tampoco tuvieron concesiones con el desarrollo natural de una niña. “Cualquier estrella puede ser devorada por la adoración humana, destello a destello”, diría.

Pero quizá porque no tenía el mismo talento para la madurez interpretativa como una Judy Garland que acabaría enganchada a las pastillas, o una Elizabeth Taylor dada al alcohol y a la tempestad sentimental, Temple evitó caer en el síndrome que anticipaba una de sus películas “Poor Little Girl” (pobre niña rica) y supo rehacer su vida al margen de las pantallas.

Shirley Jane Temple había nacido en la localidad californiana de Santa Mónica el 23 de abril de 1928 y después de haber eclipsado antes de los diez como cabeza de cartel a leyendas como Carole Lombard y John Ford, con el cambio hormonal la joven y atractiva Temple quedó relegada a papeles secundarios.

Apareció en películas notables, como, “Since you were away” (1944), con Claudette Colbert, o “The bachelor and the bobby-soxer” (1947), con Cary Grant, pero en las que no brilló especialmente. Siempre renegó de toda esa etapa de su carrera, aunque también reivindicó un título al que nadie hizo mucho caso “That Hagen Girl”, también en 1947.

“Nadie se acuerda pero fue la película que me dio la oportunidad de actuar”, decía, y en el filme compartía pantalla con Ronald Reagan, alguien que, como máximo representante del salto del cine a la política, supuso un indicio de lo que sería su segunda carrera.

Así, tras pasar por algunos programas de televisión, dio por terminados sus gloriosos tiempos en el cine y se hizo miembro activo del Partido Republicano de Estados Unidos.

En 1967 se presentó, sin resultados positivos, a las elecciones a la Cámara de los Representantes como candidata por un distrito de California, pero Richard Nixon sí la tuvo en cuenta y la nombró para integrar la delegación de Estados Unidos ante Naciones Unidas.

Ya había dejado de ser la cándida Shirley Temple y, tomando el apellido de su segundo marido -el político y empresario Charles A. Black-, pasó a ser la férrea conservadora Shirley Temple Black. Reconocía que su pasado como estrella era siempre una buena manera de empezar un trato diplomático. “Me veían como una amiga, que es lo que era”, aseguraba.

Así ejerció, en 1974, de embajadora de los Estados Unidos en Ghana, en 1976 fue la primera jefa de protocolo de la Casa Blanca y, ya en 1989, George Bush la designó embajadora de su país en Checoslovaquia.

Tras el cine y la política, su tercera batalla fue, desde 1972, la salud. Aquel año le fue extirpado un pecho y, desde entonces, se erigió como apoyo moral para todas las mujeres en su misma situación.

Además, fue fundadora de una Federación Internacional para combatir la esclerosis, y en 1988 publicó el primer volumen de su autobiografía, titulado, como no podía ser de otra manera, “Child Star”.

Diez años más tarde, apareció en el 70 cumpleaños de la Academia de Hollywood y, desde entonces, había dosificado sus apariciones públicas en pos de una vida tranquila y familiar en una casa al norte de California.

Tras su muerte natural, sus fans volverán a visitar las que, todavía hoy, son las manitas más pequeñas estampadas en el boulevard de la fama de Hollywood. Las suyas y las de Rin Tin Tin.

 

Mateo Sancho Cardiel