Thais Hernández.
Las recientes actuaciones de la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, han demostrado que no todo es tranquilidad en la granja roja rojita. Hay otras manifestaciones públicas en la órbita del chavismo originario. La embestida de la fiscal en contra de los exabruptos jurídicos del Gobierno, mostró una falla geológica importante que, por lo pronto, disparó las alarmas de la nomenclatura gobernante y desquició su sistema defensivo de descalificación y represalia.
Pero, la onda sísmica también alcanzó los suelos de la oposición y puso al descubierto la inmensa reserva de animosidad que tiene su sector más crítico hacia la dirigencia reunida en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Sus dirigentes, son ciudadanos bajo sospecha cualquiera sea su actuación, sus logros, o su porosidad para dejar pasar algunas de las posiciones adelantadas a las que son tan aficionados, los aficionados de la hipercrítica destructiva.
La reacción inicial con las primeras agitaciones de la fiscal, fue para indicar que no se permite el arrepentimiento, y que el pecado original jamás será redimido. La autarquía como credo político, la moralina de los autosuficientes, han sido características de todo tipo de sectas irredentas, satisfechas de sí mismas, siempre suspicaces con aquellos que viven en los extramuros de su pretendida probidad.
Cuando la fiscal pasó a mayores solicitando ante la Sala Plena del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) un antejuicio de mérito contra ocho magistrados de la Sala Constitucional, explotó en dosis nucleares la interpretación de la acción política, desconociendo las acciones ya emprendidas por ésta y consecuentemente desestimadas por el TSJ. Al fin y al cabo, los juicios de inspiración divina suelen ser sumarios.
La insurgencia de la fiscal, lejos de ser valorada como un nuevo logro del empeño de la MUD, ha sido utilizada para minar la relevancia de uno de los mayores logros de la oposición democrática: haber obtenido la mayoría en la AN. Al asedio del Gobierno para anularla, para intentar sepultarla con una Asamblea Nacional Constituyente, hay que añadir la labor que realiza un sector minoritario la oposición para desprestigiar a sus miembros y descalificar a la única institución democrática que todavía queda en pie en Venezuela.
Hasta hace nada dedicaron todos sus desvelos a demoler a la MUD, a enlodar a sus principales líderes con el mismo arrebato de la antipolítica de los años noventa. A por la AN, parece ser la consigna de los oficialistas hoy en día.
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