José María Marco.- Ensayista. Profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (España). Columnista de La Razón. 

Por primera vez en la historia de Estados Unidos un judío tiene posibilidades de alcanzar la Presidencia. (Cuando Joseph Lieberman quiso presentarse en 2004, no obtuvo el respaldo de la comunidad judía.) También por primera vez concurren, en primera línea, una mujer y dos hispanos. Y es sorprendente que el candidato más aparentemente excéntrico de estas elecciones resulte ser también el que encarna al antiguo “tipo” norteamericano: varón blanco protestante

Sea lo que sea, Bernie Sanders, que partía con el apoyo de los profesores universitarios, se ha ganado a los jóvenes y se está ganando a las mujeres. En un tablero de identidades fragmentadas, el judaísmo no le está perjudicando, tal vez al revés. Sanders juega con esa imagen clásica, y al parecer bienvenida en el profundo cambio político que se está produciendo en todo el mundo, del veterano socialista que no renuncia a su causa, noble a pesar de todo.

Esto no le ha ahorrado preguntas acerca de una posible doble nacionalidad (Sanders no es israelí, obviamente) y su sionismo. De esta última cuestión se zafa como puede dada la connotación que ha cobrado el término en los últimos años. Como también era de esperar, le persigue la pregunta acerca de su posición ante Israel.

No resulta muy original, la verdad. Sanders, que no es un fan de Netanyahu, preconiza la continuidad del apoyo de Estados Unidos a Israel y abomina de la violencia venga de donde venga. También es favorable a la solución de los dos Estados y últimamente ha respaldado el acuerdo con Irán sobre energía nuclear. No hay por qué dudar que sea sincero en todo esto. También es la posición más fácil, a pesar de algunos tropiezos coyunturales, y la que mejor se adapta a sus apoyos sociales, los posibles y los ya conseguidos.

No siendo la política exterior su punto fuerte, tampoco pone en peligro la continuidad de la relación con Israel, aunque le gustaría un menor apoyo en defensa y más gasto en ayuda al conjunto de la región. En el fondo, el candidato judío es el que preconiza una posición más distante en la relación de Estados Unidos con Israel. Una paradoja más de las muchas a las que estamos asistiendo.

Tampoco la cuestión es sencilla desde el punto de vista israelí. Hillary Clinton, que por ahora sigue representando la posición tradicional del Partido Demócrata, se muestra más firme e infunde más confianza a los aliados israelíes. El favorito republicano, que mantiene posiciones fuertemente proisraelíes, representa también una política más ensimismada, incluso más desafiantemente ajena a lo exterior –por no decir aislacionista-, con un cierto tono nacionalista que a muchos israelíes no les gusta ni les convence. Es un tono revanchista, de gente enfadada (otro vocablo castellano sería más justo) y capaz tal vez de tomar decisiones imprevisibles en aspectos que pueden acabar por tener repercusiones en la complicada situación de Israel.

Sanders, por su parte, resulta más previsible. Garantiza la continuidad de la política de Obama, es decir, el declinar progresivo de la ambición norteamericana en Oriente Medio. Como es natural, los israelíes llevan ya tiempo diversificando sus apoyos internacionales. Ahí están las relaciones con Arabia Saudí en las que empieza a cuajar una alianza israelí-sunita,  y la apertura de nuevos contactos con China, Japón e India.

Claro que la previsibilidad de Sanders deja de serlo si de verdad es el rostro de una nueva América: unos Estados Unidos divididos por la lucha entre los que tienen y los que no tienen, donde el socialismo empieza a cobrar verosimilitud y convertidos al fin en un país occidental normal. Sanders, que trabajó de voluntario en un kibutz y cuya familia fue en parte víctima del exterminio nazi, tal vez se haga la ilusión de que en Israel sigue latiendo algo que estuvo en el principio de todo, que es el ideario socialista de los fundadores del país. Ahora bien, de ese legado resta poco y en cualquier caso queda oscurecido por la novedad que Sanders representa, que es el abandono de cualquier posible idea de una excepcionalidad norteamericana, la de una sociedad sin clases, abierta y dispuesta a intervenir fuera de sus fronteras por algo más que sus propios  intereses. Si un cierto concepto de Israel echaba sus raíces en el idealismo norteamericano, está por ver cómo queda la relación entre los dos países cuando este haya desaparecido, sustituido por el pragmatismo con buena conciencia.

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Este artículo fue publicado en español por revista El Medio el 22 de febrero de 2016. Reproducido en USA Hispanic con autorización de dicha fuente.

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