Thais Hernández

En Venezuela, a falta de un enfoque de  mayor complejidad, se suele apelar con facilidad al mecánico criterio generacional, creyendo que basta sólo la edad para una insurgencia de lo novedoso. Confundiendo lo coetáneo y lo contemporáneo, nos decimos automáticamente en presencia de una vanguardia, incluso, ideológica, teniendo por único criterio la expedición de una partida de nacimiento. Sin embargo, un rápido ejercicio desmiente  la tesis ortegueana que no, el papel de los jóvenes en la historia.

Suele considerarse el relevo generacional, por exceso o defecto, como el principal problema político, apelando a una noción propia de  las apariciones iniciales de la juventud en la historia social.  El contrapunteo inevitable es el de la experiencia y la imaginación,  siendo ésta frecuentemente sobrevalorada a favor de lo que, ciertamente, deviene mito generacional. Mito, en tanto tal, dependiente de lo que cada sociedad entiende por juventud,  sólo garantiza la continuidad del orden.

Sugiere un proyecto político que hable de su sensibilidad vital, dándole una plena identidad, aunque cada generación está orientada a cumplir con roles específicos, pues, por una parte,  hay épocas cumulativas, recreadas por la herencia recibida y por otra las hay eliminatorias y polémicas, siendo obvia la de beligerancia y ruptura. Además, ello autoriza a diferenciar a las generaciones la conforme y decadente; la que, inconforme, preparándola, anunciará la de ruptura; y ésta la de combate inaugurando otra etapa histórica.

A partir de la generación de combate 1808,  independentista y fundadora de la República, contado los ciclos, el esquema falla, convirtiendo además a las generaciones decadentes y preparatorias en las que evidentemente no lo fueron. Por ello, hagamos una ligera corrección para salvaguardar el rol de dos generaciones de una muy evidente estelaridad las de 1928 y 1958, preguntándonos si realmente fueron homogéneas o compactas, distintivas y eficaces, o, en definitivas, predestinadas.

Respecto a la de 1928, cuya influencia se extendió hasta finales de siglo, con voces marcadoras como las de Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, tuvo una membresía también contradictoria, además de los matices y posturas que distanciaron a ambos, en una hora clave como la de 1945, a ella pertenecieron también Arturo Uslar Pietri, beneficiario de la dictadura gomecista; Fernando Key Sánchez, un convencido marxista-leninista; y Germán Suárez Flamerich, más tarde, sucesor de Carlos Delgado Delgado Chalbaud.

No se diga de la generación de 1958, con una clara diferenciación de coetáneos socialdemócratas, socialcristianos, marxistas.

 

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