Washington, 5 nov.- Los recortes de impuestos y los aranceles comerciales han sido las bases de la polémica agenda del presidente Donald Trump en pleno auge económico en EE.UU. y cuando se cumplen dos años de su victoria electoral.
“Es una ley para crear empleos (…). Las empresas se van a volver literalmente locas”, afirmó Trump al sellar la reforma fiscal en la Casa Blanca en diciembre de 2017, acompañado por la plana mayor de su Gabinete.
La norma conlleva la rebaja del impuesto que pagan las empresas del 35 % al 21 %, y en menor medida para los trabajadores.
El mandatario considera que este enorme recorte de impuestos es en gran parte responsable de la aceleración de la economía en EE.UU., junto con su agenda de desregulación, y de que la tasa de desempleo se encuentre en el 3,7 %, cifra no vista desde hace casi medio siglo.
Trump prometió elevar el crecimiento económico a cerca del 4 % anual una vez llegase a la Casa Blanca, y aunque no se ha alcanzado esa cifra, lo cierto es que la primera economía mundial se espera que mantenga un crecimiento sostenido de en torno al 3 % en los próximos dos años.
Lo que el mandatario no menciona es que este masivo estímulo fiscal supone agregar en los próximos diez años 1,5 billones de dólares a la deuda pública, que actualmente ya supera los 20 billones de dólares, según datos de la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO).
El otro gran eje económico de Trump es su agresivo proteccionismo comercial, que le ha llevado a aplicar aranceles a las importantes de socios como China, la Unión Europea (UE), Canadá o México, con el objetivo declarado de resucitar el, a su juicio, “moribundo” sector manufacturero estadounidense.
Con Canadá y México, el mandatario se anotó una victoria al lograr reformar, tras meses de negociaciones y reproches, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en vigor desde 1994, y que incluye reforzar las exigencias de producción doméstica.
La tensión prosigue, sin embargo, con Pekín, algo que es motivo de preocupación global.
A finales de septiembre, EE.UU. impuso aranceles del 10 % por valor de 200.000 millones de dólares a una serie de productos chinos, en el marco de la guerra comercial que libra con el gigante asiático.
“Si China toma represalias contra nuestros agricultores u otras industrias, inmediatamente iniciaremos la tercera fase, que consiste en aranceles de aproximadamente 267.000 millones en importaciones adicionales”, dijo Trump entonces.
Las dos mayores economías del mundo están inmersas desde hace meses en una guerra comercial por los aranceles que Washington está imponiendo a las importaciones chinas, y las consiguientes represalias de Pekín.
Trump considera que el déficit comercial de su país en su intercambio con China, que calcula en 376.000 millones de dólares anuales, es inaceptable y tiene que equilibrarse.
“Con suerte, este problema comercial se resolverá, en último término, por mí y el presidente chino, Xi Jinping, hacia quien tengo un gran respeto y afecto”, indicó Trump en septiembre.
Se espera que ambos líderes puedan sostener un encuentro bilateral en el marco de la cumbre del G20, que tendrá lugar en Argentina el 30 de noviembre y 1 de diciembre.
En el marco de estas guerras comerciales, el Gobierno de Trump se vio obligado a lanzar en julio pasado un plan valorado en 12.000 millones de dólares para compensar a los agricultores perjudicados por los aranceles de represalia con que respondieron otros países.
A medio y largo plazo, los analistas consideran que la agenda de nacionalismo económico supone “dispararse en el pie”, en palabras de Larry Summers, exsecretario del Tesoro, en un reciente artículo.
“Esto es realmente un proteccionismo estúpido”, dijo Summers al asegurar que acabará dañando a largo plazo la competitividad de la economía estadounidense.