He ahí el primero de una larga cadena de casos que Barbara W. Tuchman desgrana primorosamente en su libro la marcha de la locura, para mostrar como a lo largo de la historia la irracionalidad ha desviado la acción política al punto de volverla contra sí misma. En efecto en todas las épocas y como llevados por los envites de Tezcatlipoca, dios azteca quesusurraba ideas salvajes al espíritu humano la derrota de un vacilante Moctezuma ante un Hernán Cortés que sí supo estrujar la fortuna.

La testarudez, fuente del autoengaño, dice, es factor que desempeña un papel notable en el gobierno. Consiste en evaluar una situación de acuerdo con ideas fijas preconcebidas, mientras se pasan por alto o se rechazan todas las señales contrarias. Consiste en actuar de acuerdo con el deseo, sin permitir que no desvíen los hechos. Cuando el empeño por ver lo que se  quiere ver no lo que es desbanca la obligación de atender al sentido de la realidad, el discernimiento empieza a sufrir.

De esa insensatez intemporal y universal no se libran los venezolanos, ni antes ni ahora. Es historia salpicada de saltos al vacío, errores de cálculo, desidias garrafales. Pero los últimos 20 años los de una revolución ahogada por el dogma, la restitución del fiasco socialista, la cerrazón más señera y autodestructiva han alimentado un semillero de equivocaciones de la peor ralea, esas que no mutan en aprendizaje. Un mal gobierno atascado en su retórica se obstina en cosechar los frutos del árbol que sus propias políticas truncan.

Mientras la sociedad sufre la mengua más degradante, dando palos de ciego en medio de la incertidumbre, sumida en la discordia. Todo invoca a Thánatos, todo rompe y divide, todo desdice de la posibilidad de hablar y actuar juntos, todo enturbia el afán de encontrar salidas viables. En terrenos de la oposición lo sabemos- el amor por el disparate también hace metástasis. Lejos de aceptar y gestionar creativamente el conflicto, de reconocer y apartar la piedra de tranca que impide concretar acuerdos útiles.

Tras algunas revisiones recientes, la apuesta de la cordura se vigoriza. Eso no significa que la locura dejará de tender trampas, de deslizar furias al oído de los hombres, de perderlos con el señuelo de su silbante boca. Frente a eso no queda otra que tupir los oídos con cera, tal como dispuso el sabio Odiseo.

 

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